Sin testigos
"Debemos desenmascararnos para lograr esa autenticidad interior de una cultura en la que algún día podamos reconocernos a nosotros mismos y sentirnos satisfechos". J. O. de Meira Penna, "Em berço esplêndido" Albert Schweitzer, en "Mi infancia y juventud", recuerda el momento en que se sintió avergonzado de sí mismo. Tenía alrededor de 3 años y jugaba en el jardín. Una abeja vino y le picó el dedo. Entre lágrimas, el niño fue rescatado por sus padres y algunos vecinos. De repente, el pequeño Albert se dio cuenta de que el dolor había estado sucediendo durante varios minutos y que seguía llorando sólo para llamar la atención del público. Al reportar el caso, Schweitzer era un septuagenario. Tenía una vida de artista, médico, filósofo, alma cristiana dedicada a la ayuda de los pobres y enfermos. Pero todavía sentía la verguenza de este primer engaño. Este sentimiento había pasado por los años, profundamente en la memoria, dándole retrocesos en la conci