La victoria del fascismo

Tom Jobim dijo que en Brasil el éxito es un insulto personal. Involuntariamente, explicó la amplia aceptación de la ideología socialista entre nosotros. Para el ciudadano normal de una democracia, el éxito de quiensea es el resultado del talento y la suerte. Para la mitología socialista borracha frustrada y envidiosa, es el efecto de una mala planificación de las clases dominantes, el producto diabólico de una máquina de exclusión social inventada y controlada por astutos ingenieros sociales burgueses.

En la imaginación socialista, los capitalistas no hacen más que reunirse en la oscuridad de la noche para presitiizar la ruina de los pobres. Para ello, crean todo un aparato ideológico de "reproducción" de las normas sociales existentes, contratando intelectuales y técnicos para estudiar formas de no dejar que nadie más se eleve en la vida.

El capitalismo, en este sentido, es una sociedad gestionada, un mecanismo racional calculado en sus más pequeños detalles para bloquear el progreso social.

Pero después de describir y acusar a esta máquina con refinamientos de análisis corrosivos, al instante siguiente aparece el socialista condenando la "anarquía del mercado" y haciendo de la apología de la economía planeada una solución a todos los males...

Me he estado preguntando cómo es posible que una criatura cambie el habla tan radicalmente, sin darse cuenta de que se contradice a sí misma. ¿Cinismo o inconsciencia? ¿Maquiavelvelism o estupidez?

Observe la rigidez de la disciplina en pt o MST, y obtendrá la respuesta. El militante socialista o comunista sacrifica todo a la jerarquía del partido, incluso a la moralidad, incluso a las exigencias más íntimas de la conciencia personal. Es natural que proyectes esta conducta sobre la fisonomía del enemigo, diseñándola a su imagen y semejanza. Pero cada fantasía proyectiva es necesariamente paradójica, es directa y inversa. Por un lado, el capitalismo aparecerá a los ojos del socialista como una jerarquía de máquinas análoga a la de su partido, sólo con signos ideológicos opuestos. Por otro lado, el ambiente partidista, con esa unanimidad que da a cada uno de los militantes un sentimiento vivo de participación, de protección mutua, de "comunidad solidaria", se experimenta como el embrión de la sociedad ideal, en contraste con la cual la realidad de el capitalismo aparecerá como pura confusión y ley de la selva.

Basta con mirar el capitalismo directamente, sin el sesgo proyectivo de la disciplina socialista, para ver que no es ni una cosa ni la otra, sino sólo la integración de varias premeditaciones parciales —los cálculos de los diversos intereses privados— en un entorno general vagamente atado por las reglas de la convivencia democrática.

Pero la idea misma de "regla" tiene un significado diferente para los socialistas y los capitalistas. En una democracia capitalista, las reglas del juego se fijan, mientras que los propósitos generales del esfuerzo social están cambiando de acuerdo con las inclinaciones de la opinión pública en cada momento. En una sociedad socialista —o en los partidos que luchan por ella— es lo contrario: los propósitos son constantes, cristalizados en el símbolo utópico del "ideal", y las reglas del juego son que cambian de acuerdo con las conveniencias estratégicas y tácticas previstas por los líderes en cada paso de la lucha.

Es por eso que es tan difícil para un socialista entender el capitalismo cuando un hombre formado en las reglas del capitalismo entiende la mentalidad socialista. Este último tratará de explicar la conducta socialista por la racionalidad de los intereses económicos, creyendo que tales o qué ventajas obtenidas en el camino aplacarán los odios y ambiciones de la militancia furiosa. El segundo verá el capitalismo a través de una cuadrícula de fantasías proyectivas macabras, y eventualmente acusará a la clase burguesa de ser al mismo tiempo una masonería racionalmente organizada para saquear el mundo y un caótico grupo de egoísmo incapaz de organizarse.

No es de extrañar que todo intento de fusionar el capitalismo y el socialismo dé lugar a una contradicción aún más profunda: cuando los socialistas abandonan la plena nacionalización de los medios de producción y los capitalistas aceptan el principio del control estatal, el resultado, hoy en día, se llama "tercera vía". Pero lo es, sin quitarlo ni poner, la economía fascista. Por un lado, burgueses cada vez más ricos, pero -como dijo Hitler- "de rodillas ante el estado". Por otro lado, una gente cada vez más garantizada en alimentación, salud, vivienda, etc., pero rígidamente esclavizada al control estatal de la vida privada.

Tampoco es sorprendente que los socialistas, al no entender el capitalismo, traten de describirlo con la horrible fisonomía del fascismo, que, por afinidad, entiende perfectamente bien. Y mucho menos asombra que, entonces aborreciendo el capitalismo como una especie de fascismo, siempre terminen luchando a favor de reformas económicas y políticas que lo convertirán exactamente en eso. Como la economía socialista en pleno sentido es inviable, como nunca hay suficiente, y como por otro lado los burgueses rara vez tienen la fibra para resistir la embestida socialista contra el capitalismo liberal, el resultado es siempre el mismo: la victoria del fascismo.

Tampoco es sorprendente que los socialistas, al no entender el capitalismo, traten de describirlo con la horrible fisonomía del fascismo, que, por afinidad, entiende perfectamente bien. Y mucho menos asombra que, entonces aborreciendo el capitalismo como una especie de fascismo, siempre terminen luchando a favor de reformas económicas y políticas que lo convertirán exactamente en eso. Como la economía socialista en pleno sentido es inviable, como nunca hay suficiente, y como por otro lado los burgueses rara vez tienen la fibra para resistir la embestida socialista contra el capitalismo liberal, el resultado es siempre el mismo: la victoria del fascismo.

La única diferencia entre las economías fascistas de la década de 1930 y la de ahora es que las que eran de escala nacional y, para imponerse, recurrieron muy lógicamente a un discurso cargado de mitología patriótica y racista. Por lo tanto, las identidades del mundo actual y los valores morales y religiosos asociados a ellas deben utilizarse. De ahí el pacifismo, el feminismo, el multiculturalismo, el desarme civil, el matrimonio gay, etc. La ideología, ya definida como el viejo Karl Marx, es un "vestido de ideas" en torno a objetivos que no tienen nada que ver con las ideas. Hitler confesó, en privado, no creer en absoluto en el discurso racista que solía infundir en los alemanes un sentido de odio vestido con amor a la justicia. La proceresidad del globalismo progresista tampoco cree en el besteirol políticamente correcto que inyecta en las masas de militantes de la idiotez. Tanto como el comunismo y el fascismo de estilo antiguo, el "socialismo democrático" o "tercera vía" de hoy es una compactación de los malos sentimientos en un paquete de bellas palabras.

Olavo de Carvalho

O Globo, 26 de julio de 2003

OLAVO DE CARVALHO es un escritor, filósofo y periodista brasileño. Nacido en Campinas, Estado de Sao Paulo, el 29 de abril de 1947, ha sido aclamado por la crítica como uno de los pensadores brasileños más originales y audaces. Hombres de orientaciones intelectuales tan diferentes como Jorge Amado, Arnaldo Jabor, Roberto Campos, Ciro Gomes, Bruno Tolentino y el expresidente de la República José Sarney ya han expresado su admiración por su persona y su trabajo. Es uno de los principales representantes del conservadurismo brasileño.

Roxane Carvalho

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