Queremos ser repudiados

En uno de los últimos debates electorales, el candidato a la subdilma, Michel Temer, negó que el Presidente de la República hubiera propuesto la mutación de las FARC en un partido político, pero, antes de terminar la sentencia, ya se ha desacreditado defendiendo las bellas intenciones de la Propuesta. ¿Cómo pudo saber las intenciones, encantadoras o abominables, de una propuesta que, según él, nunca se hizo?

Temer es, con toda evidencia, un mentiroso cínico. Tan cínico como el propio Lula fue en la presentación de esa sugerencia indecente. En ese momento, el Presidente preguntó: "Si un indio y un metalúrgico pueden llegar a la presidencia, ¿por qué alguien de las FARC no puede impugnar las elecciones?". La respuesta a esta pregunta es simple: Ser indio o metalúrgico no es un delito. Matar a 30.000 personas y secuestrar a 7.000, mantener a este último en cautiverio durante diez años o más, es una formidable sucesión de crímenes atroces. Incluso un hombre mentalmente retrasado se da cuenta de la diferencia entre elegir al presidente un indio, un metalúrgico, un don nadie, un mendigo que era y un autor de asesinatos en masa. Ninguno de los presentes en la obscena declaración presidencial se atrevió a lanzarle en la cara esta evidenteza de que él, con esa cara completa que sólo las mentalidades criminales han fingido ser consciente.

Aún más cínico fue revelado el representante supremo, así como todos sus haladores de funcionario -el Sr. Temer primero de la lista- para jactarse de que la sugerencia expresaba el repudio presidencial a los métodos ilegales, crueles e inhumanos de lucha contra el narcoguerrilla Colombiano. ¿Qué es este repudio, que en lugar de castigo ofrece a los criminales un registro limpio, libre acceso al poder del Estado y la perspectiva de enriquecimiento ilimitado a través del tráfico legalizado de drogas? Si eso es repudio, no hay un solo brasileño que en este momento no suplique de rodillas: ¡Repudiarme, señor Presidente!

Pero bajo el ostentado cinismo viene otro más discreto, y aún más perverso. La guerrilla y el terrorismo son, por definición, muy diferentes de una guerra librada por los ejércitos convencionales. Buscan la victoria militar y el dominio del territorio. Sólo después de estos objetivos se han logrado estos objetivos es posible instalar el poder político en las zonas ocupadas, e incluso entonces la transferencia de la autoridad del ejército a los políticos es lenta, gradual y llena de precauciones. Los grupos guerrilleros y terroristas, por el contrario, tienen como objetivo alcanzar objetivos políticos antes e independientemente de la victoria militar, que casi siempre está más allá de sus posibilidades.

En términos estrictamente militares, las FARC son liquidadas. En los últimos espasmos de agonía, su única esperanza de sobrevivir militarmente radica en la creación de "zonas desmilitarizadas" donde pueden perseguir clandestinamente sus actividades bajo la protección de sus propios enemigos, paralizados por la inhibición moral de violar un acuerdo de paz que, por parte de las farcs –y según los cávarios de la "guerra asimétrica"- sólo existe para ser violada. (Nota: la queja 100 por ciento falsa difundida por el Sr. Paulo Henrique Amorim, comentada aquí hace días, www.olavodecarvalho.org/semana/100815dc.html, fue una ayuda creativa dada por el senador Piedad Córdoba a la campaña de las FARC para la creación de esas zonas).

En cuanto a la popularidad, la narcoguerrilla ya ha caído en el fondo más oscuro del océano: es ampliamente odiada por el 97 por ciento de la población colombiana. El tres por ciento restante son partes casi enteramente interesadas, que se mofan para abofetear una gota de paja para respirar.

La transformación de las FARC en un partido legal – y, al mismo tiempo, la legalización del tráfico de drogas, que nuestros gobernantes también abogan por no ver el refuerzo mutuo de las dos propuestas – sería, con toda evidencia, la salvación de los moribundos. Más que salvación, gloria. Desde el principio, la imagen de los criminales, ahora en ruinas, será recauchutada automáticamente por la exhibición de "intenciones pacíficas". Pero lo que es peor: tomados de la UCI, terroristas, con la etiqueta de ciudadanos respetables, y llenos de dinero en sus bolsillos, no sólo ocuparán posiciones electivas, sino lugares estratégicos en la burocracia estatal y el poder judicial, desde donde pueden, con la mayor tranquilidad, enviar a la cárcel a sus inerme oponentes, como sus pocos representantes hoy se infiltraron allí ya han logrado hacer con 1.200 soldados colombianos - sí, mil mil doscientos - que tenían el desplantpara luchar contra ellos. Libera a las FARC de su sangrienta imagen, y en unos años no habrá un solo enemigo de ellas suelto.

El Presidente sabe todo esto, y eso es exactamente lo que quiere. La prueba más obvia de esto es que fundó el Foro de Sao Paulo para que las diversas corrientes de la izquierda, legales e ilegales, pudieran discutir y articular sus estrategias. La articulación del terrorismo, el narcotráfico y la lucha política es la definición misma del Foro de Sao Paulo, y la transfiguración de los farc en un partido es la consumación de sus ambiciones más altas, abrumadoras y más criminales.

Olavo de Carvalho

Diário do Comércio, 20 de agosto de 2010

OLAVO DE CARVALHO es un escritor, filósofo y periodista brasileño. Nacido en Campinas, Estado de Sao Paulo, el 29 de abril de 1947, ha sido aclamado por la crítica como uno de los pensadores brasileños más originales y audaces. Hombres de orientaciones intelectuales tan diferentes como Jorge Amado, Arnaldo Jabor, Roberto Campos, Ciro Gomes, Bruno Tolentino y el expresidente de la República José Sarney ya han expresado su admiración por su persona y su trabajo. Es uno de los principales representantes del conservadurismo brasileño.

Roxane Carvalho

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